El inicio de la campaña de las elecciones autonómicas me ha recordado que por primera en 8 años, el tiempo que hacia que no vivía unas elecciones municipales en Mallorca, nadie me obligará a madrugar el próximo fin de semana para recordárme que estamos en campaña.
Las campañas electorales en Japón son, sobre todo, ruidosas. Muy ruidosas.
Por ejemplo, durante la campaña te puedes encontrar a los candidatos a las puertas de cualquier estación, siempre armados con uno o varios micrófonos, predicando las bondades de su programa. Te topas con ellos casi a cualquier hora del día, pero especialmente durante la hora punta de la mañana y la tarde.
Otra de las formas más comunes que tienen los candidatos de hacer campaña consiste en recorrer las calles de la circunscripción por la que se presentan subidos en sendas furgonetas armadas con multitud de altavoces que emiten una cantidad absurda de decibelios. Subidos en ellas, los candidatos recorren las calles, con el volumen del micrófonos al máximo, lanzando sus consignas e intercalando su nombre entre cada frase. Sin mítines, sin paellas populares. Solo ellos, su furgoneta, y un par de ayudantes pagados por horas.
Le tenía especial manía a las furgonetas por que si bien los candidatos con micrófono se concentran en las estaciones y alrededores, de las furgonetas y su contaminación acústica no te escapas. Especialmente sangrantes eran los fines de semana. He tenido que sufrir a candidatos que salían con la furgoneta los sábados y domingos a las 8 de la mañana, con la megafonia a toda pastilla, dando los buenos días a todos sus conciudadanos, incluidos los que estaban durmiendo, no podían votar y no tenían pensado levantarse hasta las 10. Nunca entendí cual es la lógica detrás de la idea de que despertar a todo el barrio los fines de semana les haría ganar votos.
Si cualquier candidato hiciera eso en España, seguramente saldría en los periódicos.